Especial Blackbird 2. Pájaros negros.

Los pájaros negros tienen algo que fascina. Nos atrapan entre sus plumas, nos generan emociones como todas las cosas buenas y malas que tiene la vida, pero quizá estos, por su connotación oscura, hacen que la balanza entre el bien y el mal, la inquietud y la calma, oscile claramente a favor de uno de los lados.

Hay mucha literatura entorno a esta familia de aves, muchísima, mucho folclore alimentado por siglos y siglos de observación, análisis del comportamiento, tablas interminables donde se mide la inteligencia de esta o aquella especie con resultados que muchas veces dan pena (se mide teniendo en cuenta qué criterios, respecto a qué otras especies: sentido fuera). Evidentemente un biólogo nos hablará de aspectos científicos sobre estos animales que nos dejarán la boca abierta, pero en ‘Blackbird’ yo no trato la ciencia, trato la emoción.

Una vez vi un documental que hablaba del lobo, de sus costumbres como cánido, el lobo en la península ibérica, el lobo familiar, el lobo asustadizo, y resultó una experiencia muy curiosa, pero no impactante. El lobo impacta no cuando lo ves desde un observatorio, si no cuando lo escuchas. Cuando tus instintos y tus sentidos regresan a una posición primaria donde esa voz representaba peligro, algo superior, algo que te hacía desear estar en otro lugar a salvo, en casa.

Dicen que los pájaros negros son de mal agüero y que su emoción viene de la muerte, del misterio, de la inteligencia y la oscuridad. Y sí, visten los colores que asociamos al más universal de los finales, además, se alimentan de carroña aunque algunos sean omnívoros; se les ubica siempre en relaciones con los simbolismos más cercanos a la magia desde la antigüedad, quizá por eso su inteligencia y fidelidad sean de sus rasgos más característicos (si a pesar de tus capacidades superiores sobrevives en un mundo donde impera el miedo, definitivamente tonto no eres). La oscuridad, sí, quizá esa negrura salpicando la nieve, los campos verdes; ese graznido, en el caso del cuervo, que tan parecido al lobo le hace a una detenerse sometida por un escalofrío; esos juegos con herramientas que, al observarlos, también nos contienen el aliento por miedo, siempre miedo, a dejar de ser los protagonistas de nuestras películas, sí, quizá les aporten oscuridad.

¿Pero sabes qué hacen también los pájaros negros, los mirlos en concreto? Cantan.

Se colocan en el lugar más alto que pueden cuando sale el sol y cuando se pone. Y cantan. Y lo hacen tan profundamente, con tanta potencia y tan bello que te genera la misma emoción que el aullido del lobo o el graznido del cuervo: te detiene, deseas seguir escuchándolo, le animas a continuar.

Tremenda sorpresa resulta cuando descubres que esa potencia, toda esa voz elevada viene de un ser tan oscuro, tan solitario y territorial que a pesar de todo, de la soledad, de su tamaño, de la tranquilidad o la lucha, manifiesta que él está ahí, no va a marcharse: tú eres quien invade su territorio, no él el tuyo. Él estaba primero.

Buscar paralelismos entre los pájaros negros y esas almas vestidas de noche, románticas y profundas que tenemos tan cerca, lo dejo para aquellos que deseen imaginar un mundo de personas sensibles vestidas de negro para que se les alejen, para dar miedo o causar repudia, quizá puede que para protegerse. Pero eso lo hablaremos cuando tratemos a los personajes de Blackbird, desde la pacífica calma y belleza que, también, anida en la oscuridad.

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